Uno pertenece a un proyecto colectivo y a una realidad social, y se es en ella y está en ella con el nombre y los apellidos, con la propia individualidad para engrosar la construcción de la identidad genérica.
¿Cómo se debe interpretar pues el difuminado de rostros en esa tropa marcial?
La negación del yo, sospechosamente me lleva a los desfiles de martillo del maravilloso videoclip The Wall de Alan Parker. Estamos de acuerdo que un narciso exacerbado es patológico, así como los desmanes egóticos, pero la supresión del yo en aras de «un bien mayor» es la muerte. Y además, ¿Quién dicta ese «bien mayor»?
En la dramaturgia de izquierdas, lleva tiempo imponiéndose la idea falaz, que la reivindicación de la libertad personal entra en colisión con los supuestos de clase, con los supuestos de la conciencia colectiva, con los supuestos pedagógicos sociales.
Una fuerza arrolladora la del yo…
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